Insuficiencia renal crónica: la epidemia que se oculta

Esperando en el Hospital San Juan de Dios

En El Salvador sólo hay 32 nefrólogos que atienden a 1800 pacientes con insuficiencia renal crónica. Y la cifra no para de aumentar. Cada mes se están detectando 33 pacientes con  esta enfermedad. La pobreza, la falta de insumos médicos, de medicamentos y de material adecuado son, entre otros, una de las causas por la que el 50% de los pacientes  tan sólo vivan de dos a tres años.

Escrito por Cristina Fuertes

Fotos: Felipe de la Fuente

Siempre aparece de repente. El silencio de esta enfermedad se rompe un día cualquiera. Los síntomas son múltiples y cuando los pacientes saben que tienen insuficiencia renal crónica no se lo creen. Inmediatamente tienen que entrar en diálisis. Atrás deben dejar sus trabajos, su vida cotidiana, para vivir con una enfermedad, que en la mayoría de los casos les deja en sus casas sin poder ayudar económicamente a sus familias.

En la actualidad son muy pocos los pacientes que tienen un diagnóstico precoz. En El Salvador esta enfermedad se ha convertido en casi una “epidemia”, en donde los enfermos se consideran como terminales. Hace algunos años, que el Fondo de Emergencia, una ONG que trabaja en labores de prevención en zonas rurales de la zona oriental del país, alertó y denunció los efectos de esta enfermedad, afirmando que en ese área “se cobra más vidas  que  la violencia”. Datos escalofriantes si tenemos en cuenta que en El Salvador se registran 12,5 asesinatos diarios. Asimismo,  Rafael Chávez, presidente de la Asociación Salvadoreña de Nefrología e Hipertensión Arterial, afirmaba a finales de 2008 en el periódico salvadoreño El Diario de Hoy que “los números nos están diciendo que la insuficiencia renal es una de las enfermedades no diagnosticadas con más prevalencia en la población por encima del cáncer y del sida”.

Caros tratamientos

Mientras que en España la sanidad pública cubre a los pacientes renales todos los gastos que supone un tratamiento de diálisis, en El Salvador  hasta hace muy pocos años estaba  reservado para aquellos que tenían dinero. En el país existen tres tipos de atención médica que atienden a estos enfermos. En primer lugar está el Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS), en donde sólo pueden ser atendidos aquellas personas que trabajan y que pagan impuestos mensualmente. En segundo  lugar, está la sanidad pública y en tercer lugar la asistencia privada. Según la jefa de enfermeras de  la Región Occidental,  afirma que el ISSS atiende al “10% de la población, el sector privado al 5%  y el    85 % el Ministerio de Salud. Datos que suelen oscilar ya que en estos últimos meses debido a la crisis económica y a los despidos que se ha generado por la misma, ha aumentado el número de pacientes  que se atiende en las instalaciones públicas”.

Hoy en día hacerse una diálisis en un lugar privado cuesta la sesión 130 $ (unos 93  euros). Mientras que en el sistema público son alrededor de 80 $ (57 euros), siendo gratuito el tratamiento para el paciente.   A pesar de que la mayoría de la población es atendida por el sistema público,(hay que tener en cuenta que El Salvador es unos de los países más pobres de Centroamérica)  el Ministerio de Salud no destina suficientes recursos a las unidades de nefrología de los hospitales, provocando que la atención al paciente se presente como una misión imposible: “En el 2008 no había máquinas, ni insumos, ni medicamentos en el hospital. En ese tiempo teníamos que hacer incisiones para ponerle catéteres y hacerles las diálisis. De hecho el Ministerio de Salud quería que no existiese la unidad de diálisis debido a lo caro que les resultaría mantenerla”.

El que habla es el Doctor Carlos A. Salinas, el único nefrólogo que hay en el Hospital San Juan de Dios en Santa Ana. A este lugar público vienen todos aquellos enfermos renales de la  Región Occidental del país, en donde viven más de un millón de personas. El Doctor Salinas tiene a su cargo 138 pacientes en terapia y  sabe muy bien  lo que es luchar porque un paciente sobreviva. Desde hace cinco años , intenta dar una mejor vida a todos sus enfermos. Él ha hecho que su unidad de diálisis se convierta en un lugar de esperanza: “A este sitio era donde traía a los pacientes terminales de cáncer. El lugar estaba completamente abandonado. Pero con la financiación que hemos conseguimos hace ocho meses esta unidad ha vuelto a presentarse como un lugar donde la vida continúa”, afirma el doctor.

Antes de ir a visitar la unidad de  diálisis, el doctor trabaja en la consulta externa: “Cada día diagnostico a alguien con insuficiencia renal crónica. Al mes acabo enviando a diálisis de 15 a 20 personas”.

¿Hemodiálisis o diálisis peritoneal?

María, Pablo, Susana, Victor, son mujeres y hombres que cada día se tumban en una de las camas y sillas de la unidad de nefrologìa del San Juan de Dios. Las edades son de todo tipo: “Hay tres grupos. El primero y el mayor es el  e aquellos que tienen 45 a 60 años. El segundo los que están entre  15 a 45 años y el tercero el comprendido por los mayores de 60 años”, afirma el doctor.

Sala de espera

Elsa Erelia y Madrid León, trabajan como enfermeras en esta unidad desde hace 6 y 8 años respectivamente. Se consideran como unas “guerreras”, debido a todos los problemas que deben de enfrentarse. Se convierten en psicólogas, en amigas, en compañeras: “Al inicio los ánimos están muy bajos. Pero con el tiempo empiezan a tener optimismo”.  En la actualidad, hay 40 personas en hemodiálisis y 60 en peritoneal.  Cada día se atiende alrededor de 20 pacientes en ambos tratamientos, “aunque la demanda empieza a ser tan grande que hay veces que no tenemos camas y les tenemos que hacer las diálisis en sillas” afirma una

enfermera. Gracias a las donaciones que se hicieron el año pasado el hospital cuenta con seis máquinas de hemodiálisis y tres cicladoras.

Para el doctor Salinas, como para la gran mayoría de los especialistas, la hemodiálisis es la menos agresiva y la que otorga más calidad de vida a los pacientes: “La persona viene cada dos o tres días al hospital. En tres o cuatro horas se le realiza el cambio de sangre. En cambio en los pacientes que se les hace la diàlisis peritoneal ambulatoria es diferente. Estas personas vienen cada ocho días. Entran en el hospital  a la ocho de la mañana y se tiene que quedar hasta las siete del día siguiente. Si es con la cicladora se les programa para que esté 24 horas. Mientras que los otros se tienen que estar cambiando las bolsas cada hora hasta cumplir un día entero”.

Falta de materiales

Hace tres meses que el doctor Ivanoff Méndez está trabajando en la unidad de nefrología del Hospital San Juan de Dios. Para él, ésta es una de las áreas más difíciles.  Entre los pacientes se diferencian los que tienen la fistula, los de catéter blando y los del catéter rígido: “Depende de cada paciente. Los que tienen que ponerse el catéter en el peritoneo debería de ser blando. Pero la cirugía cuesta 200 $ (143 euros) y la mayoría de los pacientes son muy pobres. Así que la única posibilidad es ponerles cada vez que vienen un catéter rígido. Y eso significa hacerles una incisión y a la larga puede provocar infecciones o peritonitis”.

Pero a las causas económicas también se suma la falta de materiales. El Doctor Salinas afirma que “aunque el enfermo tenga dinero para pagarse la cirugía, desde hace año y medio la empresa Kendall ha dejado de suministrarnos catéteres blandos. Los motivos no los sabemos”.

Sesión de diálisis

Como suele ocurrir en un país como El Salvador  en donde 25,3% de la población vive con dos dólares por día y en el que el Estado está empobrecido y endeudado,  la sanidad pública es la primera en verse afectada. Esta epidemia que el Ministerio de Sanidad  oculta debido a los altos costos, provoca muchas dificultades a la hora de atender a los pacientes. El doctor Salinas confiesa que  “la mayoría de los enfermos que sobreviven es por milagros  de Dios. A veces no tenemos líquidos, o nos faltan material médico como gasas o medicamentos, los cuales tienen que ser comprados por los pacientes. Sólo nos podemos limitar a hacerles la terapia. De ahí que tenga muchos enfermos con falta de hierro y calcio, debido a que no tenemos estas vitaminas. Y ellos tampoco tienen dinero para pagarlas”.

En El Salvador, el Ministerio de Sanidad destina anualmente un dinero determinado a los hospitales, así como a diferentes instalaciones sanitarias (como centros de salud) en  todo el país. Asimismo, el Estado salvadoreño garantiza los insumos y los medicamentos. Sin embargo, la teoría es una cosa y los práctica es otra.

La doctora Rosenda Lemus ha estado como jefa de un centro de salud de El Pajonal, una de las zonas fronterizas con Guatemala y más pobres del país. Durante un año y medio ha tenido que buscar financiación en otras organizaciones u cooperaciones para que en su ambulatorio pudiera haber de todo. En los hospitales se repite la misma historia. Ramón Ernesto Solís, director del Hospital San Juan de Dios , afirma que “si la diálisis es gratuita para los pacientes y tenemos dónde hacerla es porque se ha conseguido financiamiento por medio de empresas privadas, por asociaciones nacionales, así como  de fundaciones internacionales”.

Cuando se habla de este tema el doctor Salinas no puede evitar volver la vista atrás: “Antes había muchos pacientes que tenían que hacerse la terapia en San Salvador y se morían en el camino. En el 2007 no había  máquinas, material necesario y muchos nefrólogos se fueron. En el 2008 conseguimos hacer un acuerdo con las empresas que tenían lo necesario para hacer la hemodiálisis. Nosotros les comprábamos a ellos los insumos y cambio nos regalaban las seis máquinas”.

Causas medioambientales

En la sala de la diálisis peritoneal ambulatoria  hay alrededor de 10 pacientes. Algunos tumbados y otros sentados en la cama. Sus caras tiene un color amarillo, marcada por una expresión triste y cansada. Ahí se encuentra Eduardo Sosa Torres. Cuando llegó al médico le detectaron que tenía una insuficiencia renal tan avanzada que 15 días después  empezó la diálisis. Sentado en la cama relata que no está muy seguro de cómo contrajo la enfermedad. Pablo, un chico de 19 años, le mira desde su cama. Hace sólo un mes que está en diálisis. Ambos vienen de la zona costera y son agricultores.

Entre las primeras causas de esta enfermedad se encuentra la hipertensión arterial, la diabetes, los antecedentes familiares y la toma prolongada de ciertos medicamentos como el iburoprofeno. Pero el caso de Pablo y Eduardo se encuentra  dentro de lo que se ha denominado, en los últimos años, causas medioambientales, entre las que aparece la contaminación de las aguas y la utilización incontrolada de los pesticidas. Ricardo Navarro, presidente de la organización no gubernamental CESTA  Amigos de la Tierra de El Salvador asegura que “hace años la costa salvadoreña era donde más pesticida se echaba por kilómetro cuadrado del mundo, debido a la existencia de los campos de algodón”. Otro de los grandes problemas es la contaminación del agua: “Por ejemplo en el oriente del país yo conozco una gasolinera que tiene un pozo donde el agua sale amarilla”.

El Doctor Salinas confirma que la mayoría de los pacientes que vienen a sus consultas son agricultores que han estado en contacto con pesticidas y que beben de los pozos. Sin embargo las advertencias no sirven. Un inspector del Ministerio de Salud  asegura que “mientras no se cambie la cultura que se ha creado en este país por utilizar pesticidas los casos seguirán aumentando”.

El órgano soñado

Los doctores coinciden en que el trasplante sigue siendo la mejor opción. Pero en El Salvador es algo con lo que  muchos ni siquiera se atreven a soñar. Los principales motivos son dos. El primero porque   en el país sólo hay un hospital que realiza esta operación. Pero dicho lugar pertenece al Seguro Socia donde se atiende a los que cotiza. No obstante, seas trabajador o no, la operación asciende a 50.000 dólares (35.000 euros). Con este precio una gran parte de la población descarta esta posibilidad.

El segundo motivo es que el trasplante sólo es permitido entre familiares. La legislación salvadoreña todavía no ha contemplado el trasplante de donador cadáver. Este hecho provoca que haya mucha gente en búsqueda de un donante apto. Aún teniendo dinero el trasplante deseado puede no llegar nunca.

El 7 de enero de 1985 José Benjamín Rodas fue el doctor en hacer el primer trasplante  de riñón en El Salvador. De eso ya han pasado 24 años y la lectura que hace este nefrólogo sobre la situación actual no invita al optimismo. Denuncia la pasividad en el Ministerio de Salud a la hora de permitir que se legalice el trasplante de donante cadáver, señala que ni siquiera hay un programa nacional que trabaje en la prevención y se queja de que  los presupuestos públicos no “llegan para hacer trasplantes. Esta es una enfermedad que supone costos muy altos”. Cada semana, en el Hospital Médico Quirúrgico se está realizando un trasplante por día, pero la demanda es de unas 700 a 800 personas.

“Hasta el 2002 todos los trasplantes que se realizaron se hicieron sin una ley que nos avalara. Ahora intentamos luchar para que haya un reglamento que contemplen el trasplante de donador cadáver, ya que  esto beneficiaría a muchas personas más”, afirma el doctor.

Actualmente, el Ministerio de Salud ha dado pequeños pasos para enfrentar esta enfermedad. En septiembre del 2008 puso en marcha el programa de detección temprana y tratamiento de insuficiencia renal en sólo cuatro centros de salud de una provincia de El Salvador. Los resultados del estudio muestran que ocho de cada 10 pacientes examinados fue diagnosticado con algún daño renal. Los retos son muchos y las personas que trabajan cada día sueñan con dar una mejor vida a estos pacientes. Pero mientras que el Ministerio de Salud no decrete la insuficiencia renal crónica como una  emergencia debido a los altos costos, miles de salvadoreños con pocos recursos económicos estarán sentenciados a muerte.

1 comentario

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Una respuesta a “Insuficiencia renal crónica: la epidemia que se oculta

  1. Cris

    Muy interesante el reportaje, me gusta que os hayáis centrado en una enfermedad de la que no se oye apenas hablar en países en vías de desarrollo.

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